20 ago 2017

AGUJAS EN LA CAMA

De todos los recuerdos de niña, uno de los que se mantiene con bastante nitidez es aquel que evoca el episodio de la aguja en la cama. Probablemente haya sido el miedo que sentí hace treinta años el que lo preserva aún hoy en la memoria con tanto detalle. Tenía menos de nueve. Eso lo sé bien porque a esa edad nos mudamos a la casa y todo esto transcurrió antes, cuando todavía vivíamos en el 5to “A” de la calle Catamarca.

Un álbum que se llamaba “Muñecas para vestir” fue mi inspiración. Como cualquier otro, el objetivo era lograr reunir todos los autoadhesivos que venían en pequeños sobres cerrados de cinco o seis. Nunca se sabía cuáles te iban a tocar y siempre estaban las difíciles. Las páginas tenían los contornos de muñecas y las figuritas eran vestidos para completar esas superficies impresas en blanco en el papel. Era una especie de figurín de moda. Eso decía mi abuela.  A “Muñecas” nunca lo pude completar como a ningún otro álbum.

Me fascinó, al punto que creé en una caja grande de galletitas una boutique y con cartulina dibuje y recorte diseños que con unas pestañitas del mismo papel se doblaban sobre figuras humanoides de cartón. Cuando por aquel momento me preguntaban que quería ser de grande, sin dudarlo contestaba: Modista.

Estaba lista para pasar del papel a la tela. No era fácil dar el salto. Necesitaba retazos, hilos, que me dejen usar tijeras filosas y me enseñen a enhebrar la aguja. La primera creación con la botamanga de un pantalón que pasó a ser bermudas fue un jardinerito pollera para una muñeca de plástico bastante maltrecha. 

Mi taller era la cama donde volcaba el contenido de todo el costurero. Horas podía pasar imaginando vestidos. Entre tanta ensoñación, una voz de advertencia repetía: “No dejes agujas en la cama, porque si te pinchás al acostarte y la aguja se rompe; como tiene imán va directo al corazón” .

Una mañana, tendiendo la cama, algo brillante saltó al sacudir las sábanas. Cayó en el piso. Era una agujita con la punta rota. El aviso se había cumplido. Lo peor había pasado. Atiné a tratar de encontrar el lugar del pinchazo. Seguro había sido mientras dormía por eso no me di cuenta. A qué velocidad viajará hasta el corazón, trataba de adivinar. Si fue en un pie es bastante lejos. Nunca había preguntado qué pasaba si te pinchás el corazón. Viviré? Miraba de nuevo la aguja rota para tratar de convencerme que estaba sólo gastada.

Los pensamientos se apilaban y yo era un bollito acurrucado llorando en un rincón del cuerto. Estaba segura que eran mis últimos minutos. Al miedo a la muerte se le sumaba el del reto por haber dejado agujas en la cama. 

El almuerzo estuvo listo. Me sequé los ojos. Fui a comer. No dije nada. Sobreviví. Nadie se enteró. No volví a coser nunca más, tal vez un dobladillo o un botón...

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