Dionisia Cabrera nació el 8 de abril del año 1900 en la segunda sección de San Roque. Para llegar a su humilde casa hay que ir por avenida Maipú y entrar por una tranquera, a la altura del kilómetro 8. Este año, festeja su cumpleaños número 106, lo que la convierte en la mujer más anciana de la provincia de la que se tienen registros.
En los genes de "Dioni", como cariñosamente la llaman sus nietos existe la predisposición a tener una muy larga vida. Su abuela Sixta vivió 116 años, también oriunda de San Roque. La pregunta obligada era aquella que permitiera descubrir el secreto para llegar a esa edad, sin siquiera ella tener la fórmula trata de buscar una explicación que satisfaga la curiosidad de la mayoría; y la alimentación parece ser la clave "yo me cuido mucho con la comida, antes, de chica no se comía cosas dulces, ni harina, ni azúcar".
Su mayor preocupación hoy, es que no llueva, para que no se frustre el asado que organizó en su honor su familia. Desde hace unos días Dionisia está muy ansiosa e inquieta porque sabe que hoy será un día de reencuentros. Salvo Runilda, su hija, que vive con ella, el resto de sus nueve hijos vivos está lejos, y hoy los volverá a ver después de bastante tiempo. También hoy conocerá a nietos nuevos, no se la puede culpar por haber perdido la cuenta, entre nietos, bisnietos y tataranietos son más de 60.
Se queja de tanto en tanto de que sus ojos no puedan ver todo lo que ella quisiera, y ya le comentó a sus hijos y a Dios como infidencia que está lista para cuando quiera venir a buscarla. A pesar de que sus oídos obliguen a hablarle fuerte, disfruta de un buen Chamamé, su música preferida y detesta el "tunchi, tunchi" que se escucha ahora.
Hace 30 años falleció el padre de sus hijos, pero el dolor de la pérdida no la amedrentó y siguió trabajando hasta los 80, cuando uno de sus hijos le dijo era el momento de decir basta. Dionisia manifiesta su molestia de que ya nadie siembre. Maíz, poroto, batata y mandioca, formaban parte de su cosecha y le proporcionaban sustento. Sus hijos explicaban de que no se podía continuar con la actividad porque robaban lo poco que se sembraba y no alcanzaba tampoco para vivir de la venta de lo producido.
Devota de la Virgen de Itatí y del Gauchito Gil, en cuyo nombre levantó un altar en su casa, tiene ganas de ir hasta Mercedes para realizarle un ofrenda y así cumplir con uno de sus pocos anhelos.
Las necesidades por las que atraviesa son muchas, pero ella no pide nada. Sin embargo es deber de todos respetar más de un siglo de vida y obligación de algunos garantizar que Dionisia no sea simplemente un personaje de libro de records y sea modelo de valoración hacia nuestros mayores.
10 abr 2006
9 abr 2006
Se desbarranca Empedrado
Viajamos para llegar a Empedrado por la Ruta Nacional Nro. 12, hacia el Sur de la ciudad de Corrientes 54 Km. Era un día de otoño, aunque nada bajo el brillante sol estaba teñido de ocre. Llegamos a la "Perla del Paraná", y a primera vista se percibe que esta ciudad carga sobre sus hombros mucha historia; más de 200 años, nos comentaron después.
Sus orígenes se remontan al siglo XVII, con el establecimiento del fortín Santiago Sánchez y el posterior Pueblo Viejo cerca del arroyo Empedrado, destruído después por una invasión indígena. En 1806, en torno a la capilla erigida fue formándose otro poblado, al amparo de la protección contra los malones que les brindaba su fe en la imagen de el Señor Hallado, actualmente Patrono local.
El Río Paraná que custodió esta Perla desde siempre, ahora se convierte en su temeraria amenaza. Golpea sus costas y se escurre por los cimientos; como si fuera el dueño, reclama lo suyo para llevarlo a su lecho. Jorge fue nuestro guía, trabaja en la municipalidad y es maestro en la escuela y nos acompaño durante todo el recorrido. Al llegar a la costanera, o lo que queda de ella, lo más llamativo son dos carteles con letras rojas que alertan sobre el peligro de derrumbe.
Algunas partes de la contrucción ya cayeron al agua, y otras están como colgadas de hierros oxidados. La fuerza del agua no hizo distinciones a la hora de avanzar; primero las indefensas playas, después la endeble costanera, ni las altivas barrancas pueden persuadir al río de que detenga su marcha. La próxima víctima ya parece condenada, es el club “Tiro Fijo”, un edificio que muestra en sus paredes gruesas rajaduras producto de la resistencia al embate del agua.
¿Pero, qué fue lo que hizo que la eterna convivencia entre agua y tierra se rompa? Pedro, dueño de las cabañas "El Encanto" nos va a ayudar a responder la pregunta. Este hombre de unos 50 años, reúne todas las características de un lugareño; un dorado brillante y parejo en su piel, mucha amabilidad en su trato y amor desbordante por su tierra y su río. Sin embargo hace tres años que vive en Empedrado, cambió su trabajo de Secretarío de Seguridad Aeronaútica en Aeropuertos de Buenos Aires por una vida ribereña, lejos del stress y el cemento.
En una lancha nos dispusimos a que el Paraná nos cuente sus motivos, para este cambio de actitud. Navegamos 10 kilometros a lo largo. Entendimos así que en realidad no fue un capricho azotar las costas sino fue una necesidad. Hace unos años en el medío del río se formó un banco de arena, hoy mide aproximadamente 3 km. Sedimentos tejidos con raices y plantas acuáticas se conviertieron en una firme isla. Es frente a esta, que el río cambia su cauce, choca su agua con una de las puntas de esta isla y cambia su dirección hacia las costas erosionándolas. Cuando el banco de arena se estaba formando algunos advirtieron la amenaza a futuro e hicieron un estudio que planteaba la necesidad de dragar la arena y llevarla a la playa, el alquiler de la draga costaba 500 pesos por día, una cifra inaccesible para un municipio de sugunda categoría. Hoy las obras de defensa cuestan varios millones.
Recorriendo las costas con la mirada, vimos una casita precaria de madera y techo de chapa de cartón, a unos dos metros de altura y a unos seis metros de la costa. Era la casa de Hipólito Romero, "Tío Cotono", como lo todos lo conocen. Hace 69 años que nació y vive en Empedrado. Es pescador, y el río le da su único sustento. Espera ansioso que llegue agosto para cumplir 70 y poder tramitar la "pensión de los 70 años". Su sueño es poder tener una casa que no corra peligro de ser llevada por el agua, con un televisor y una radio, para poder descansar. Hipólito cuenta que una sola vez se fue de Empedrado, a Buenos Aires con la promesa de un pasar mejor, pero de aburrimiento se enfermó y volvió a su casa. A la vuelta no encontró nada; se lo había llevado el río, entonces construyó la casa que ahora habita . Sin más saber que el le da la experiencia, él esta convencido de que el Paraná solo necesita recuperar su espacio y que "ojala las autoridades puedan hacer algo". Con su dedo apunta al lugar donde estaba la playa antes, no hace tanto, hace 4 años más o menos, unos 20 metros río adentro. El es testigo de cada uno de los desmoronamientos, que por lo general son a la noche, de la última tormenta todavía mantiene intacto el estruendoso ruido de los terrones de tierra y arena impactando y resistiendo contra el agua primero y disolviendose rendidos después. Sin nada que hacer, solo contemplar.
De vuelta al centro de la ciudad, a la siesta ya, se ven en las calles estudiantes con guardapolvos, autos al ritmo del reggaton, malloneros vendiendo mercaderías, negocios reabriendo sus persianas, todo tranquilo aparentemente, aunque por lo bajo el murmullo del Río se oye, junto al quejido de la Tierra.
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